Por lo que se puede apreciar en este primer día de libertad condicionada existe un interesante acatamiento en las calles a las normas sanitarias a seguir. Si bien la ciudad vuelve a mostrar su dinamismo como que la gente en la calle es se muestra más organizada hasta más respetuosa unas con otras.
Hay que trabajar dice la gente sin dejar de lado el escenario en el cual sube a escena: que el decorado, las marquesinas hasta el libreto de la obra dependen del que ocupa el palco oficial pero al que nadie ve, el coronavirus, ese amo y señor que escapó en un descuido, vaya a saber, de algún laboratorio asiático y cuyos vigilantes se resisten a asumir la omisión.
Y porque hay que trabajar es también salud la gente empezó a salir hoy, a partir de las cinco de la madrugada. Cada uno para cumplir con sus compromisos laborales y con un detalle en manos no menos importante y responsable: cuidando que uno se contagie ni contagiar a otros. Agradable sorpresa constituye encontrar una ciudadanía muy responsable, diferente a la un mes atrás cuando todavía no todos creían que se está ante un enemigo invisible criminal, monstruoso y sin piedad para nadie.
Los mayores de 60 no están en los colectivos ni en las tiendas ni en las plazas. De todos modos ni los bares ni los shoppings ni los demás lugares habituales que concentran personas no están autorizados a abrir compuertas como cuando el peligro no acechaba. Los mayores siguen en las casas y, que se sepa, no lo pasan tan mal sino, por el contrario, tranquilos en el aislamiento. De hecho, decenas de miles de jubilados están en sus casas con o sin la amenaza del virus.
Viendo lo que los canales de televisión ofrecen al público en sus respectivos noticieros pareciera que no hay escasez de mascarillas y, sobre todo, audacia para enfrentar el peligro de un contagio en la calle, en el colectivo o en lugar de trabajo. El invasor de los espacios no elije lugares, de pronto monta su carpa negra en la propiedad elegida y de ahí no sale hasta haber cometido su maldad, contagiar a la gente, sea quien sea.
El primer día de trabajo en el marco de la cuarentena inteligente fue de nuevo intenso y normal, ambiente que ayuda a recuperar confianza sobre todo en uno mismo que últimamente podía haberse debatido entre la incertidumbre que a muchos produce el encierro y, por el otro lado, el compromiso de salir a producir porque la vida es así, amable pero exigente y, en momentos de peligro, exige la toma de toda prudencia que ayude a seguir hacia adelante.