El Grupo de Puebla presentó un manifiesto para transformar América Latina, según dicen. El «Manifiesto Progresista» busca cambiar el continente, teniendo como eje algunas nociones de los pueblos originarios. Por considerar de interés para nuestros lectores citamos algunos párrafos de Felipe Frydman publicado el pasado 25 de febrero en Perfil.
El Manifiesto Progresista elaborado por el Grupo Puebla está compuesto por treinta y dos puntos. Son planes programáticos para transformar a América Latina en un modelo de sociedad que «sirva de ejemplo para el resto del mundo». Más allá de las referencias a la integración, la transformación del sistema de producción, la reforma de los organismos internacionales y abundantes críticas a los Estados Unidos, el Punto 22 propone volver a las enseñanzas de los pueblos originarios y adoptar sus conceptos de buen vivir (sumak kawsay) o vivir bien (suma qamaña) como “marco de referencia para el mejoramiento de la calidad de vida dentro de una hermandad histórica, cultural y espiritual”.
El párrafo sostiene que esta noción coincide con la propuesta del Papa de estimular la fraternidad global aunque es difícil comprender cómo se relaciona esa especificidad andina con la heterogeneidad internacional, sostiene Frydman. Lo cierto es que en el punto 22, el Grupo de Puebla propone volver a las enseñanzas de los pueblos originarios.
Los conceptos mencionados han sido recuperados por los movimientos indigenistas en Ecuador y Bolivia como un planteo alternativo al capitalismo. Obviamente, el objetivo es también trabajar en Paraguay. Las comunidades buscarán reivindicar la producción sostenible para la subsistencia y no como mercancía.
En el Párrafo 21 el Manifiesto sostiene la necesidad de trabajar en una reforma rural integral que garantice el acceso a la tierra apoyando la agricultura familiar para la producción de alimentos sustentables. El corolario es el combate contra los transgénicos, la defensa de la biodiversidad y la protección de reservas ecológicas, dice la nota de Frydman.
«El Manifiesto está recogiendo la formulación de una utopía donde los humanos viviendo en comunidad pueden alcanzar el “vivir bien” en coexistencia con la naturaleza como lo habrían logrado los pueblos originarios en un pasado atemporal. Mientras el socialismo en su momento planteaba la posibilidad de construir en el futuro una sociedad comunista donde cada uno contribuyera de acuerdo a su capacidad y recibiera según sus necesidades el aporte de los pueblos originarios sería remitirse a una etapa histórica imaginaria para reivindicar su propia cultura aunque la misma solo sea parte de un relato como en su entonces lo fueron todas las promesas de alcanzar una sociedad ideal perfecta sin conflictos aunque la inexistencia de ellos solo pueda darse negando la vida», afirma el escrito de Frydman.
La idea del Grupo de Puebla es seguir prometiendo sueños mágicos que no son otra cosa que clichés ideológicos. «En este llamado al pasado, el Grupo Puebla se suma a las posiciones post-modernistas con ropaje autóctono para diferenciarla de los maestros franceses de crítica a la modernidad. El fracaso del socialismo en la Unión Soviética y en la China de Mao obligó a señalar que los avances de la “sociedad occidental” estaban también plagada de miserias y muy lejana a la construcción de una sociedad sin pobreza. Esta posición explicaría el énfasis en la comunidad en contraposición al liberalismo que podría resumirse en la frase “nadie se salva solo” para marcar la diferencia con aquéllos que reivindican al individuo como componente básico de la sociedad. El problema de este planteo es suponer que existe una conciencia comunitaria por encima del individuo sin explicar el origen de la misma. La comunidad no constituye un ente abstracto sino que su ideología, la que se vuelca sobre los integrantes, proviene de aquellos que ejercen el poder».
Esta reflexión del Manifiesto se complementa con el llamado a la construcción del “nuevo ser progresista latinoamericano”. El cambio de nombre no impide relacionarlo con el “hombre nuevo” del Che o de la Revolución Cultural en China o la Camboya de Pol Pot despejados de la contaminación del egoísmo burgués. Esta recurrencia a experiencias fracasadas que en alguna instancia pretendieron moldear desde el pensar, la cultura hasta el espíritu contiene la semilla del totalitarismo. La imposición de utopías siempre terminó mal tanto a la derecha como a la izquierda. Seguir prometiendo sueños mágicos que no son otra cosa que clichés ideológicos indica que todo vuelve y con ello los riesgos de caer nuevamente en los mismos errores del pasado, concluye Frydman.